Uno de los rostros más interesantes y bellos que ha sido
proyectado y plasmado en nuestro cine, ha sido, indiscutiblemente, el de la
bella checoslovaca Miroslava, quién se suicidó el 10 de marzo de 1955.
En su momento se habló y escribió mucho sobre las posibles
razones que llevaron a la hermosa Miroslava a quitarse la vida, pero como en
casi todo este tipo de casos, quedó en especulaciones y conjeturas. Lo único
cierto es que se le encontró tendida en su cama, sosteniendo, según una de las
leyendas, en la mano derecha, una foto de ella acompañada por el famoso torero
Luis Miguel Dominguín.
Miroslava Stern o Sternova Becka nació el 26 de febrero de
1925 o 26 o 27 de acuerdo a otras fuentes, aunque parece que la de 1925 es la
correcta, llegó a México en el año de 1934 huyendo del nazismo, en compañía de
su padre el Dr. Oscar Stern, aunque más tarde lo harían su madre y su hermano
Ivo. En 1939 fue enviada a estudiar a un internado en Nueva York, sitio en el
cual parece ser que intento suicidarse por primera vez. En 1943 fue elegida
reina del “popoff” baile “Blanco y Negro” que se celebraba todos los años en el
Country Club; no solamente a causa de su fascinante belleza, sino como un gesto
de simpatía hacia los refugiados checoslovacos y en general a los europeos que
habían llegado a nuestro país, en busca de refugio como consecuencia de la
guerra que asolaba sus países de origen.
Al poco tiempo, merced a una beca que obtuvo, se fue a Los
Angeles, California a estudiar actuación, sin llegar a trabajar en la meca del
cine, quizás debido a su acento de extranjera o a que su tipo de belleza centro
europea, no era tan difícil de encontrar en los Estados Unidos, así que regresó
a México y con frecuencia en los diarios capitalinos sacaban fotos de ella,
debido a su activa vida social. En 1945 se casó con Jesús Jaime Obregón,
miembro de una familia de la alta burguesía de la época y del cual se divorció
al poco tiempo, al descubrir, según se decía, la homosexualidad de su paraje y
que el matrimonio era sólo de conveniencia, urdido por la familia del muchacho
y algunos amigos de similares tendencias sexuales, con el objeto de darle una
apariencia de normalidad al joven Obregón.
Obviamente que esta traumante experiencia dejó su huella en
Miroslava, utilizándose por algunos, después de su muerte, como una explicación
de su conducta errática, frágil y de temor ante la posibilidad de establecer
relaciones sexuales con los hombres y se dijera que, prácticamente, buscaba
seducir a casi todos sus coprotagonistas cinematográficos, aunque no lograra
intimar de forma duradera con ninguno de ellos.
Algunos de los tórridos romances que se le atribuyen son con
Arturo de Cordova, Steve Cochran, Jorge Pasquel, Mario Moreno “Cantinflas” y,
obviamente, el torero Luis Miguel Dominguín.
También hubo la vertiente del rumor de relaciones lesbianas,
al grado de correr una versión en que se atribuía la causa de su suicido, a su
amistad con Ninón Sevilla y que en rigor la foto que tenía en sus manos, cuando
se le encontró muerta, era con esta actriz, pero que uno de sus amigos
-¿Ernesto Alonso?- que estuvo en su casa, el día de su desaparición, cambió la
foto por la de Dominguín, con el objeto de preservar su buena imagen, ya que
resultaba más correcto haber tomado su fatal decisión a consecuencia de no
soportar el despecho del torero, quién la había abandonado para casarse con la
italiana Lucía Bosé
Regresando al año de 1945 y siendo ya amiga de Ernesto
Alonso, este lo ayuda a entrar al mundo del cine mexicano, siendo contratada
para hacer su debut en la película “Bodas trágicas” dirigida por Gilberto
Martínez Solares, en 1946 y llevando de compañero, precisamente, al
aguascalentense Ernesto Alonso. Actor que también la acompañaría en su último
filme “Ensayo de un crimen” dirigido por Luis Buñuel, realizado un poco antes
de su muerte en 1955. Y parece ser, conforme a los chismes de la época que la
actriz tuvo una fuerte ligazón emocional con Ernesto Alonso, la cual iba más
allá de su actividad profesional, tal y como se puede intuir en una entrevista
que le realizo la productora de televisión Lucy Orozco al actor, allá por el
año 2001, para una revista y en la cual nos encontramos lo siguiente:
¿Hábleme de ella, ¿es verdad que se suicidó por Luis Miguel
Dominguín, como lo señala el guión de Guadalupe Loaeza en la película que se
hizo sobre Miroslava?
¿Por supuesto que no. Ella se suicidó por traumas y heridas
emocionales que arrastró desde su infancia. En la Segunda Guerra Mundial,
Miroslava descubrió que no era hija de quien creía su padre, el doctor Stern.
Cuando éste iba a ser llevado a un campo de concentración con su familia,
reveló que ni su esposa ni su hija eran judías, que se había casado cuando su
mujer ya estaba embarazada de otro hombre. Aún así Miroslava y su padre
estuvieron en un campo de concentración tres meses, que la marcaron para
siempre. Gracias a que el doctor Stern era un hombre prominente salió de Europa
con su hija hacia Estados Unidos.
Miroslava no se distinguió precisamente por su gran
capacidad histriónica, pero su presencia física era razón más que suficiente
para lograr imponerse en nuestro cine. Y aunque en la vida privada fuera de
carácter irascible, nerviosa y contradictoria, en la pantalla sabía ser
simpática y agradable, dándosele muy bien la comedia, como usted la recordará,
indudablemente, al lado de Pedro Infante en “Escuela de vagabundos”, cinta que
junto con “Ensayo de un crimen”, son de las más recordadas de la encantadora
actriz de ojos azules.
Otras de sus comedias fueron “La muerte enamorada”; “Ella y
Yo”, al lado de Pedro Armendáriz, con quién trabajó también en “Juan
Charrasqueado” (Parece ser que también tuvo un “affaire” con Armendáriz, ya que
el actor solía jactarse de su “suerte” para probar, fuera de cámaras, los
brazos de sus parejasa femeninas en el cine). Igualmente fueron comedias
“Sueños de gloria”, “Más fuerte que el amor” y “La visita que no tocó el
timbre”.
En el melodrama también lució su belleza y su carácter
fuerte, aunque terminaba por ser dominada y seducida por el galán de la película,
como en “La posesión” dirigida por Julio Bracho, que es otro de sus buenos
filmes, en el cual compartió créditos con Jorge Negrete.
En 1950 Miroslava trabajó en el filme norteamericano “Fiesta
brava” (The brave bulls) dirigida por Robert Rossen, con quién llevó una buena
amistad. Y como Rossen era considerado de ideas comunistas, pronto se corrió el
rumor de que la actriz simpatizaba con el comunismo. Esperamos tener otra
ocasión en la cual podamos hablar más de esta interesante cinta de tema taurino,
quizás una de las tres o cuatro mejores de las realizadas con tema en dicho
ambiente por el cine norteamericano.
La carrera de Miroslava en realidad fue corta, pues sólo
duró 9 años y su filmografía consta de 30 títulos, pero sin embargo fueron suficientes
para que ella dejara una huella imborrable en el público, aunque hay que
reconocer que nunca alcanzó la cima del “estrellato” a la manera de una María
Félix o una Dolores del Río, quizás en parte a que la mayoría de sus filmes no
se prestaban para ello, pues en casi todos ellos, a Miroslava sólo se le
utilizaba como un bello adorno para que lucieran sus galanes masculinos o como
apunta Carlos Monsivaís en su ensayo “Miroslava: De la tragedia como
perdurabilidad”: “Miroslava hace su debut en “Bodas trágicas” (1946) de
Gilberto Martínez Solares, y su personaje, la hija altiva y apasionada de un
criollo despótico, la mujer buena condenada por el imán de su belleza, será,
con variantes más o menos previsibles, el todo de su carrera fílmica. ¿Qué se
le va a hacer? Un semblante excepcional, la impregnación de las buenas maneras,
el aura –entonces abrumadora- de lo ‘europeo’ son datos a su favor, y son todo
lo que la industria necesita. ¿Para que más? Domina entonces tan
compulsivamente la noción de presencia cinematográfica (el rostro que colma la
pantalla, la idea de la gracia física como único argumento en la carrera de una
actriz) que a las ‘damas jóvenes’ nada más eso se les exige. Si tienen
presencia, ahórrense las dotes escénica”.
Sin embargo, si hoy la recordamos, es porque, quizás, con
sólo haber participado en forma brillante en dos títulos que forman parte de
las grandes películas del cine mexicano en su historia, como son la estupenda y
quizás mejor de todas las comedias “Escuela de Vagabundos” y esa pequeña obra
maestra de Luis Buñuel “Ensayo de un crimen”, ha sido un rostro y una belleza
inquietante que nos ha acompañado, a lo largo de más de 50 años de cinéfilo,
teniéndola como uno de los rostros más bellos que han quedado grabados para
siempre en la “cinta de plata” y en nuestra memoria cinemática.
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