Muchas veces flanqueada por sus hermanos David (1967) y
Lyndon (1972), desde los siete u ocho años actuó regularmente en distintas
obras representadas en escuelas, internados u orfanatos, por lo general con
fines benéficos, y no había cumplido los once cuando debutó en el Swansea’s
Grand Theatre con el musical Annie.
Transcurridas dos temporadas (una larga convalecencia tras
haberle sido practicada una traqueotomía la mantuvo alejada de los escenarios),
tuvo la oportunidad de realizar una audición ante el productor Mickey Dolenz,
de paso por Swansea, y éste la contrató como chica de coro para un musical de
inminente estreno en el West End, Juego de pijamas (The Pyjama Game).
Una vez en Londres y tras intervenir en ese y otros
montajes, introdujo en su nombre artístico el enigmático «Zeta». Bautizada
Catherine en honor a su abuela materna, la irlandesa Catherine Fair, Zeta
(pronunciado «Tsita») era el nombre de su abuela galesa y representaba toda una
tradición familiar (así se llamaba el barco en el que navegaba el bisabuelo de
la actriz). Por lo demás, tan sólo en su clase había seis «Catherines Jones»...
y ese añadido confirió cierto exotismo a su nombre anglosajón. Lo estrenó en
otro musical, el remake de La calle 42, antesala del éxito en este género con
su personaje de Tallulah en Bugsy Malone.
Si bien ya había debutado en el cine con un breve papel en
la película francesa Les mille et une nuits (1990), de Philippe de Broca,
conoció el sabor de la fama gracias a la exitosa serie británica The Darling
Buds of May (1991), que en sus tres años de emisión la convirtió en una
popularísima estrella. Como tal, no tardó en ser presa favorita de la prensa
sensacionalista.
Un vistazo a las publicaciones de la época revela a una
Zeta-Jones muy alejada de su posterior imagen de madraza, ocupada más bien en
airear o desmentir «en exclusiva» las sucesivas aventuras sentimentales que la
vincularon a los actores David Essex, Mick Simply, Angus MacFayden y Paul
McGann, el músico Mick Hucknall, el director de cine Nick Hamm, el productor
Jon Peters y, entre otros, una de las figuras más conocidas de la televisión
escocesa, John Leslie... Un auténtico tour de force sentimental que le aseguró
su presencia semanal en los tabloides.
Esta repercusión en la prensa rosa tuvo también sus réditos
en el plano profesional. Incluso llegó a grabar un single y un álbum de
baladas. Después, tras una tímida incursión en el mercado estadounidense,
consiguió un papel destacado en la cadena de televisión ABC, en la producción
The Young Indiana Jones Chronicle’s (1991). Un debut modesto pero que le
permitió una fugaz aparición en Cristobal Colón: El descubrimiento (1992) y
protagonizar la versión televisiva de Titanic, que se adelantó a la
cinematográfica.
Fue en este último papel, el de Isabelle Parradine, en el
que la vio Steven Spielberg, a quien el inusual tipo latino de la actriz galesa
le pareció ideal para encarnar a la Elena Montero que acompañaría a Antonio
Banderas y Anthony Hopkins en La máscara del Zorro (1998) -él era uno de los
productores-, y así se lo sugirió al director, Martin Campbell. La película fue
un gran éxito comercial y supuso para Catherine el salto a una inmediata fama
internacional.
La suerte quiso que durante la presentación de La máscara
del Zorro en el Festival de Deauville, en septiembre de 1998, se cruzara con
Michael Douglas. Y aunque la actriz se demoró unos meses en darle el sí
definitivo, el flechazo barrió con el hasta entonces modélico matrimonio del
actor con Diandra Murrell-Luker, madre de su hijo Cameron (1979), tras
veintidós años de unión, y convirtió la espléndida mansión de la pareja en
Mallorca, S’Estaca, en una propiedad compartida seis meses al año.
Nacidos el mismo día (él, veinticinco años antes), no
dudaron en desafiar al zodíaco iniciando una vida en común. Su compromiso se
formalizó el 18 de noviembre de 2000, cuando ya eran padres de Dylan (en honor
del poeta galés Dylan Thomas), nacido tres meses antes.
Tres años después su relación se mantenía en plena armonía con el nacimiento de su hija Carys Zeta (carys significa ‘amor’ en gaélico) en abril de 2003.
Tres años después su relación se mantenía en plena armonía con el nacimiento de su hija Carys Zeta (carys significa ‘amor’ en gaélico) en abril de 2003.
La boda, un banquete para trescientos invitados en el hotel
Plaza de Nueva York (eso sí, tras duras negociaciones prematrimoniales: cuentas
corrientes separadas, propiedades a nombre de ambos, más de 2,5 millones de
euros para ella por año de matrimonio en caso de divorcio y, entre otros
acuerdos, custodia compartida de sus hijos), tenía el fasto suficiente como
para que pasara desapercibido un fotógrafo de la revista Hello! (versión
británica de la española ¡Hola!), que captó varios momentos del festejo con una
cámara oculta. Las instantáneas, publicadas como primicia en el semanario,
desbarataron la «exclusiva» del acontecimiento, que había sido vendida por la
pareja a otra publicación, OK!, por una cifra multimillonaria.
Admitida la demanda del matrimonio contra Hello! por 500.000
libras (unos 800.000 euros), el Alto Tribunal de Londres falló a su favor en
abril de 2003.
Los Douglas viven en una lujosa mansión en las Bermudas,
pero a lo largo del año reparten su tiempo entre los pisos que poseen en Nueva
York, Los Ángeles y Londres, la soberbia casa de campo de Aspen, Colorado, el
chalet de Gales o la residencia mallorquina. Son la pareja artística más
poderosa de la industria cinematográfica y una de las más estables de
Hollywood.
Dicen que Catherine Zeta-Jones es al menos tan ambiciosa
como su esposo. Douglas ya era inmensamente rico antes del matrimonio, y ella
incrementa día a día su capital. Es la propietaria del Initial Entertainment
Group (IEG), que engloba las productoras Zeta Films y Milkwood Films, en las
que trabajan como directivos sus hermanos David y Lyndon, y de la flamante
línea de ropa infantil Zeta, una nueva aventura empresarial que montó con un
socio galés amigo de la familia, el jugador de rugby retirado Ray Williams.
Además, aparece en la televisión estadounidense anunciando teléfonos móviles, y
es el «rostro» exclusivo de la famosa marca de cosméticos Elizabeth Arden. No
iba desencaminado el comentarista británico que le puso el mote de «Catherine
The Great» (‘Catherine la Grande’).