(Ciudad de México, 1911-id., 1993) Actor cómico mexicano. Se
hizo mundialmente célebre con el nombre de su personaje Cantinflas, al que dio
vida en la mayoría de los filmes que rodó.
De orígenes humildes, se enroló en una compañía de cómicos
ambulantes y recorrió todo México. En el circo desarrolló todo tipo de
trabajos, entre ellos interpretar pequeños papeles.
A finales de los años veinte comenzó a actuar en los locales
de Ciudad de México y creó la imagen prototípica con la que se haría famoso. En
1930 era ya el cómico más famoso del país. En 1934 conoció a la actriz de
origen ruso Valentina Subarev, con quien contrajo matrimonio y tuvo a su único
hijo, Mario Arturo.
En 1936, con el amplio bagaje acumulado durante su estancia
en el circo de Jalapa, representando papelitos en pequeños montajes teatrales
-excepcionalmente musicados al estilo del género chico- debutó en la película
No te engañes corazón, a la que siguieron Así es mi tierra y Águila o sol
(1937), El signo de la muerte (1939) y toda una serie de cortometrajes.
No obstante, no se consagró definitivamente como ídolo
indiscutible hasta 1940, en el filme Ahí está el detalle -dirigido por Juan
Bustillo Oro-, en cuya última escena y mediante su delirante discurso,
Cantinflas se salta las convenciones sociales, logrando cambiar el veredicto
del juez. Esta película le brindó la ocasión de fundar la compañía Posa Films,
productora de Siempre listo en las tinieblas (Always Read in the Darkness) y
Jengibre contra dinamita (Ginger versus Dynamite), fallidos intentos de
penetrar en el mercado hollywoodiense. Pese a ello, a partir de su debut como
protagonista en la película Ahí está el detalle (1940), el actor, con sus casi
cincuenta filmes, batió récords de recaudación en las salas de exhibición
hispanoamericanas durante tres décadas seguidas.
La popularidad de este monstruo sagrado del cine mexicano y,
en general, del cine en español debe mucho a su trabajo en las películas Ni
sangre ni arena (titulada en Estados Unidos Neither Blood and Sand) y El
gendarme desconocido (1941), en las que descubrió a su director ideal, Miguel
M. Delgado, ayudante del realizador Alejandro Galindo. La primera era una
parodia de la obra de Vicente Blasco Ibáñez, cuya versión cinematográfica había
sido recientemente estrenada en Estados Unidos, protagonizada por los actores
Tyrone Power, Rita Hayworth y Linda Darnell. Con ambas obras, Mario Moreno
esperaba amortizar el esfuerzo económico invertido en Posa Films, de la que
llegó a ser único productor. No en vano Ni sangre ni arena recaudó 54.000 pesos
en cuatro días durante su estreno en el Teatro Alameda.
Este éxito desbordante continuó con El gendarme desconocido
(The Unknown Policeman), con Mapy Cortés y Gloria Marín, considerado como uno
de los mejores filmes del actor mexicano. En él, la ridiculización de la
policía, generalmente detestada por el público, se establece desde el mismo
momento en que Cantinflas aparece con su habitual uniforme desastrado.
En 1944 entró a formar parte del Sindicato de Trabajadores
de la Industria Cinematográfica (STIC), fundado en 1919 con el nombre de Unión
de Empleados Confederados del Cinematógrafo. Su aportación fue decisiva en la
mejora de las condiciones de contratación del personal de los estudios, pues
encabezó una proyectada huelga, secundada por Jorge Negrete y Arturo de Córdova
(con quien mantuvo una fuerte polémica por la dirección de la Asociación
Nacional de Actores [ANDA]).
En los años cincuenta, sus cintas muestran un cambio: del
personaje de la picaresca urbana y popular sólo quedaría un humor basado en el
uso reiterativo del "cantinflismo", la habilidad para hablar mucho y
no decir nada. En todas ellas, Mario Moreno se convirtió en un portador de
juicios y críticas contra la sociedad "pueblerina", en particular, y
contra la humanidad, en general. De este modo, arremetió con singular hincapié
contra la "aristocracia desnaturalizada", haciendo que triunfara lo
auténtico sobre lo falso. Se constituyó en el hombre que siempre decía la
verdad, aunque en forma sarcástica, y sufrió las consecuencias de esa fidelidad
a sí mismo.
Excepcionalmente, participó en la superproducción
estadounidense La vuelta al mundo en ochenta días (1957). La película obtuvo
una buena acogida, que propició que el actor rodara luego Pepe, dirigida por
George Sidney en 1960. El fracaso del filme decidió a Mario Moreno a no volver
a probar fortuna fuera de las fronteras de su propio país, con la única
salvedad del largometraje español Don Quijote cabalga de nuevo, dirigido por
Manuel Delgado, con quien había trabajado en filmes como El bolero de Raquel
(1956) y El padrecito (1965), el primer largometraje que el actor rodó en
color.
Si en sus interpretaciones denunciaba las desigualdades
sociales y la insolidaridad, en la vida real realizaba obras caritativas y
llegó a montar una oficina para los necesitados. La última etapa de su vida,
después de enviudar en 1966, estuvo marcada por su participación en actos
sociales y políticos (incluso llegó a pronunciar un discurso en la Asamblea de
las Naciones Unidas).
Un genio cómico
Pero lo cierto es que Cantinflas será recordado por hacer
triunfar a un pícaro de buen corazón que presenta cierto paralelismo con el
personaje de Charlot de Charles Chaplin, si bien la clave del mexicano estuvo
siempre vinculada a su disparatada e inagotable verborrea, que lo convirtió en
el genio cómico más popular que México ha dado. Su personaje basó su comicidad
en unas reacciones ingenuas, en su asombrosa naturalidad y en sus
personalísimos y desvariados monólogos, continuos, embarullados, inagotables,
auténtico flujo del más delirante verbalismo que empezaba con inusitada fluidez
y terminaban en balbuceos y galimatías ininteligibles, en interminable
verborrea, mientras movía incansablemente su mano izquierda para acompañar la
insólita proliferación de sus muecas.
Su actuación era, ante todo, fruto de la soltura y la
agilidad; las situaciones más disparatadas y extraordinarias brotaban con
maravillosa sencillez. De Mario Moreno no pasarán a la historia del arte
cinematográfico unas películas que no tienen, a decir verdad, nada de
extraordinario, pero, en cambio, su personaje, su figura, su personalísimo
estilo interpretativo y su singular sentido del humor ocupan ya, por méritos
propios, un lugar relevante en el firmamento del séptimo arte.
Sus caídos pantalones, su aspecto descuidado y chabacano se
convirtieron en el estandarte hispano de una clase de humor, teñido de absurdo,
que tiene, tal vez, sus mejores representantes en los míticos hermanos Marx y
que le permitió alcanzar una enorme popularidad en los países de habla
española, aunque ponía trabas, simultáneamente, a sus posibilidades de atravesar
las fronteras idiomáticas, pues, como ya se ha indicado, su personaje
cinematográfico, debía buena parte del éxito que obtuvo a su libérrima
utilización del idioma, una característica que, como es lógico, hacía muy
difícil la penetración de su humor en ámbitos distintos al de la lengua
española.
Su exagerada caricatura del "pelao" mexicano
-miembro de la clase baja, equivalente al golfo madrileño o al "roto"
chileno-, se apoyaba en unos calzones siempre a punto de caer, sujetos las más
de las veces con un imperdible, que parecían exigir a gritos un cinturón o unos
tirantes, en unos zapatos hechos trizas, una camisa arrugada (cuando la
llevaba) saliéndose por todas partes, un raído sombrero de paja y un trapo que
le colgaba del hombro, a modo de gabardina.
Esta indumentaria se convirtió en el signo distintivo de su
humor y de su obra, hasta el punto que, desencarnada ya, abandonando los
límites del actor Mario Moreno, pasó a configurar el personaje televisivo de
una larga serie de dibujos animados, cuyo rostro sin afeitar y desgraciada
estampa corresponden indistintamente a la de un vagabundo o a la de un
pordiosero dueño, como su creador, de un lenguaje fluido, incontenible e
incoherente, confuso y disparatado, incomprensible pero indispensable para poder
salirse con la suya en las situaciones más dispares.
Considerado por muchos el sucesor de Charles Chaplin,
Cantinflas heredó de aquél el corazón. Sólo que el pelao mexicano, tan pobre
como Charlot, a diferencia de éste, no vivía obsesionado por su pobreza y se
permitía el lujo de compadecer a los ricachones.